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La Naturaleza como
sujeta de derechos
Alberto Acosta
Si la Justicia Social fue en el siglo XX el eje de las
luchas sociales, la conflictividad ambiental es la de mayor atención y
movilización a escala mundial, en lo que va del siglo XXI, en demanda no sólo de
un ambiente sano, sino de un respeto a los derechos de la Naturaleza lo que
conlleva a la Justicia Ambiental. Nadie podía imaginar el siglo pasado que los
principales conflictos tanto a nivel local como global estarían ligados al
ambiente.
Hasta ahora se ha intentado enfrentar los problemas e incluso las demandas
ambientales con medidas legales que regulan el comportamiento humano. Sin
embargo, es cada vez más fuerte la sospecha de que los actuales marcos
normativos terminan justificando/tolerando los daños ambientales; al no
cuestionar el actual modelo depredador, se concentran apenas en definir cuánta
contaminación (es decir destrucción) de la Naturaleza está permitida. Incluso la
visión de remediar el daño ambiental se enfoca en restituir a la persona o
comunidad aquello que usaba del ecosistema y de ninguna manera en recuperar el
sistema natural en si mismo.
Adicionalmente, se puede añadir el fenómeno de la mercantilización de la
contaminación: países enriquecidos comprando a países empobrecidos la diferencia
entre lo que contaminan y lo que podrían contaminar, o depositando en los
territorios de los empobrecidos los residuos tóxicos de sus empresas más
contaminantes; todo dentro del marco de las correspondientes normas legales.
Como resultado de esta visión del derecho y de la ley relacionada con el
ambiente, no se previene ni impide la contaminación y la destrucción ambiental,
esto apenas conduce a su codificación y, en el mejor de los casos, la penaliza.
El meollo del problema consiste en que para la sociedad occidental y la
egolatría consumista, la Naturaleza y las especies vivientes son consideradas
como objeto de propiedad o simples “recursos” naturales. No consideran a la
Naturaleza como un todo, sino que reconocen sus elementos en tanto tienen una
utilidad inmediata para la ganancia y el consumismo sin limites, que hace de
todo una mercancía; la madera, los bananos, los órganos humanos, el agua o los
minerales del subsuelo, son recursos para ser explotados, comprados y vendidos.
Visión similar a la que primaba en el tráfico de esclavos.
A lo largo de la historia jurídica, cada ampliación de los derechos y las leyes
conexas fue anteriormente impensable. La emancipación de los esclavos o la
extensión de los derechos civiles a los afroamericanos, a las mujeres, a los
niños y niñas fueron resistidas por las autoridades que las consideraban un
absurdo jurídico, ya que los consideraban como objetos de protección.
La abolición de la esclavitud, supuso el que se reconozca “el derecho de tener
derechos”, esto fue posible desde un esfuerzo político para cambiar las leyes y
costumbres que negaban esos derechos. Para liberar a la Naturaleza de esta
condición de sujeto/objeto sin derechos o de simple objeto de propiedad, es
necesario un esfuerzo político que reconozca que la Naturaleza es sujeto de
derechos.
Las ausencia del reconocimiento de que la Naturaleza es sujeto de derechos lleva
a que, por ejemplo, los ambientalistas no sean considerados en tanto activistas
luchando en defensa de derechos fundamentales, sino más bien, como sabemos, en
ocasiones se los tilda como “criminales” que afectan los derechos de propiedad
de otros, como “desadaptados” que frenan el desarrollo, incluso como
“fundamentalistas” que impiden resolver los problemas de las grandes mayorías.
En las actuales condiciones tecnológicas, organizativas y de consumo, desde una
perspectiva no solo ecológica, el “modelo occidental de desarrollo” resulta
imposible de repetir y será insostenible en poco tiempo, hasta en los mismos
países industrializados.
El modelo industrialista de progreso y bienestar del mundo occidental, basado en
recursos inagotables, eternos, no es ni intergeneracional ni internacionalmente
viable. Es más, desde una aproximación ecológica global, los países
industrializados, con un alto desarrollo técnico y una gran acumulación de
capital material, aparecen ahora como países subdesarrollados o –como dice José
María Tortosa– mal desarrollados y más aún mal desarrollantes, ya que son
justamente ellos los que más ponen el peligro la sostenibilidad del mundo, sea
de forma directa o indirecta. Como para complicar más el escenario del futuro,
el desarrollo económico estructuralmente desigual se mantiene y acrecienta,
incluso en los países industrializados.
Desde esta perspectiva, hay que repensar la lógica del desarrollo tradicional.
Hay que denunciar el mito del desarrollo, detrás del cual corre la mayoría de
habitantes del planeta.
Superada la percepción minimalista de la Naturaleza como “frontera salvaje” a
ser dominada por el ser humano, se han ido paulatinamente aproximando otras
visiones. Las visiones tradicionales que entienden a la Naturaleza como una
canasta de recursos, como un sistema a ser aprovechado, como capital a ser
invertido y explotado, no sólo que son insuficientes para explicar el actual
deterioro ambiental, sino que resultan en esencia depredadoras. Eduardo Gudynas
nos invita a entender a “la categoría Naturaleza como una creación social
distinta en cada momento histórico, cambiante de acuerdo a cómo los hombres se
vinculan con su entorno”. Esta aproximación sustancial para la construcción
democrática de sociedades sustentables, que no deja de ser compleja, nos aboca a
un trabajo de reconocimiento y replanteamiento de muchas de las categorías
ontológicas dominantes. Si por un lado es evidente una pluralidad de ideas sobre
la Naturaleza, por otro, esta aproximación exige entendimientos dialécticos que
permitan reconstruir la idea misma del desarrollo.
La acumulación material permanente esta en entredicho. Y no cualquier
acumulación material, sino en especial aquella acumulación sustentada en la
destrucción de la Naturaleza. Esto implica un cuestionamiento conciente del
desarrollo en tanto opción cuasimágica para la solución de los problemas del
Sur, a través del crecimiento económico ilimitado. En realidad lo que se ha
hecho hasta ahora es insertar en los países del Sur la lógica muchas veces
devastadoras de la acumulación capitalista, que afecta el ambiente y las
culturas, al tiempo que promociona las desigualdades. Para lograrlo hay que
dilucidar un punto crucial; la compresión de las interrelaciones existentes
entre Naturaleza y estrategias de desarrollo, a partir de la negación del
“progreso occidental”, visto desde la época de Sir Francis Bacon, como un
instrumento para dominar la Naturaleza.
La reconceptualización de la Naturaleza abre la puerta para el tratamiento de
asuntos trascendentales, como la biogenética y los alimentos transgénicos, la
explotación incontrolada de recursos naturales, la polución y los tratados
internacionales en el ámbito del clima global, para mencionar algunos puntos
claves. Es desde la experiencia acumulada, que hay que impulsar respuestas para
el mundo actual. Las respuestas deben contener compromisos con la vida del
futuro desde un profundo contenido ético.
En concreto, la perspectiva del desarrollo sustentable, respetuosa del
patrimonio natural, exige coordinar los procesos productivos con los límites y
demandas ambientales y confronta la base ideológica del desarrollo dominante que
asume como costos necesarios los destrozos ambientales y que pretende auto
convencerse de que luego podrán “ser remediados con los resultados cuantitativos
y tecnológicos obtenidos”.
El desarrollo sustentable, bajo una lógica renovadora asume y al mismo tiempo
supera, el ámbito nacional, pues exige respuestas locales pensadas e
interrelacionadas globalmente. En este contexto, teniendo presente el patrón
histórico de poder, cuando el deterioro ambiental y las desigualdades en el
mundo se extienden aceleradamente, urge plantear el desarrollo o mejor aún sería
decir, la forma de organizar la vida humana en el planeta, como una signatura
universal, que tiene que ser asumida nacional y globalmente.
Urge entender que el ser humano no puede sobrevivir al margen de la naturaleza
que por cierto contiene cadenas alimentarias indispensables para la vida de la
humanidad. El ser humano forma parte de ella, no la tienen ahí como si fuese una
ceremonia en la que el ser humano resulta el espectador.
Todo lo anterior conduce a entender que la Naturaleza tiene que ser asumida como
sujeto de derechos. Derechos de la Naturaleza que deben ser reconocidos a partir
de la identidad del ser humano que se encuentra a si mismo en tanto parte de
ella. Y desde esta perspectiva amplia e incluyente, el nuevo marco normativo
constitucional de nuestro país, en consecuencia, tendría que reconocer que la
Naturaleza no es solamente un conjunto de objetos que podrían ser propiedad de
alguien, sino también un sujeto propio con derechos legales y con legitimidad
procesal.
Cualquier sistema legal apegado al sentido común, sensible a los desastres
ambientales que hoy en día conocemos, y aplicando el conocimiento científicos
modernos –o, los conocimiento antiguos de las culturas originarias– sobre como
funciona el universo, tendría que prohibir a los humanos llevar a la extinción a
otras especias o destruir a propósito, el funcionamiento de los ecosistemas
naturales. Como declara la famosa ética sobre la tierra de Aldo Leopold, “una
cosa es correcta cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza
de la comunidad biótica. Es incorrecta cuando hace lo contrario”.
En esta línea de reflexión algunas premisas fundamentales para avanzar hacia lo
que se denomina como “la democracia de la Tierra” son:
• Los derechos humanos individuales y colectivos deben estar en armonía con los
derechos de otras comunidades naturales de la Tierra.
• Los ecosistemas tienen derecho a existir y seguir sus propios proceso vitales.
• La diversidad de la vida expresada en la Naturaleza es un valor en sí mismo.
• Los ecosistemas tienen valores propios que son independientes de la utilidad
para el ser humano.
El establecimiento de un sistema legal en el cual los ecosistemas y las
comunidades naturales tengan un derecho inalienable de existir y prosperar
situaría a la Naturaleza en el nivel más alto de valores y de importancia. Sin
duda esto tendrá como efecto directo prevenir los daños, repensar muchas
actividades humanas cuyo costo ambiental es demasiado grande y aumentar la
conciencia y respeto a los otros.
Vendrá el día en que el derecho de la Naturaleza sea, por conciencia de todos y
todas, cumplido, respetado y exigido. Y ojala no sea tarde. Todavía estamos a
tiempo para que nuestras leyes reconozcan el derecho de un río a fluir, prohíban
los actos que desestabilicen el clima de la Tierra, e impongan el respeto al
valor intrínseco de todo ser viviente. Es la hora de frenar la desbocada
mercantilización de la Naturaleza, como fue otrora prohibir la compra y venta de
los seres humanos.
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